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El nombre y la gracia personal

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Genaro Chic García

<genarochic@hotmail.com>
Archivos adjuntos 23 de mayo de 2012 19:40

            ¿Cuál es su gracia? Esta era hasta no hace demasiado tiempo la expresión popular para preguntarle el nombre a una persona. Veamos una explicación.

   Entre los antiguos egipcios ren es el nombre que la persona recibe al nacer, aunque podría cambiar a medida que la persona iba evolucionando. El ren viviría mientras el nombre fuese pronunciado, lo que explica los grandes esfuerzos realizados para protegerlo, escribiéndolo profusamente en papiros y monumentos, o destruyéndolo en casos de manifiesta enemistad.

            En el mundo grecorromano la gracia (calidad del ser) está ligada al nombre de las cosas, que es identificable con el ser de la misma, y aumenta o disminuye con la fama (con lo que se dice de uno). Si el nombre (por ejemplo, de una moneda o de una persona) tiene buena fama, entonces su autoridad –y con ella su potencia- puede ser grande.

            Que hablen mal de uno puede ser malo, pero el ninguneo es peor que el insulto porque es negar la existencia del nombre, y con ello negar el ser del sujeto. El lograr el olvido de alguien o algo es el supremo mal que se le puede infringir; de ahí la práctica de lo que los romanos llamaban la damnatio memoriae, la condena de la memoria de alguien o algo. ¿No se cambian los nombres de las calles o de las instituciones cuando se cambia de régimen? ¿Por qué está prohibido hablar de algo positivo en quien ha perdido la guerra, aunque se pueda documentar? ¿No se traiciona con ello la verdad histórica? En Europa, sin ir más lejos, sabemos mucho de ello.

            La mala fama no es en principio deseable, pero es evidente que hay personas que la buscan cuando se sienten incapaces de competir por la buena (“que hablen de mí aunque se mal”, se dice).  Luchar por el buen nombre es lo más importante, pero tener mala fama es menos malo que no tener ninguna. Al fin y al cabo el bien y el mal son relativos a una situación dada, y el pueblo que persiguió antaño a un personaje pueda hogaño sentirse orgullosa de él: lo que es malo en un momento puede pasar a ser considerado bueno en otro, baste con que cambie el tono del poder. Por eso el olvido, inevitable a la larga (los muertos se decía que pasaban el río del Olvido), es peor que la mala fama, que mantiene viva el nombre, el recuerdo, y con él el ser de la persona. En el antiguo griego la expresión para lo verdadero era “a-lethés”, lo que está fuera del olvido (lethe), y entre nosotros aún perdura la expresión “¿qué te iba yo a decir que mentira no era?” (no puede ser falso lo que no se olvida, pues su ser es verdaderamente grande, y eso es lo que cuenta; cosa que bien saben los propagandistas).

            El olvido del nombre es la verdadera muerte personal, la señal de que su gracia, su ser, no vale ya nada; de que ha salido definitivamente de la vida en la que entró cuando su nacimiento fue reconocido y se le puso un nombre. Cuando algo o alguien se olvida –cosa que antes o después inevitablemente sucederá- se pasa en primer lugar a esa masa informe que son los antepasados de los vivos, cuya importancia –reflejada en el poder de las tradiciones- se va diluyendo con el tiempo. Desaparece así del todo su nombre propio, reflejo de su gracia. Desaparece su ser individualizado. E incluso el colectivo, cuando su pueblo es aniquilado o plenamente absorbido por otro. Esta es la verdadera muerte, más allá que la del cuerpo, que es su umbral más importante.

            Quien tiene el poder es plenamente consciente de ello, y sabe que para que su nombre se recuerde tiene que procurar que los demás sientan que son más conocidos –son alguien- si se sienten importantes porque su visibilidad resalta gracias a quien detenta el poder. Por ejemplo, si saca a alguien o algo en televisión, para que lo vea mucha gente, esa persona (o cosa) será así más importante a los ojos de los demás, una auténtica princesa del pueblo. Es el poder de la publicidad, o sea de hacer público lo que era poco conocido. Su valor se potencia con ello y contamina al árbol a cuya sombra se ha cobijado. Si quieres ganar unas elecciones, saca a los posibles votantes y a sus cosas en una televisión, que te lo agradecerán (te darán sus gracias, que aumentarán la tuya). ¿Por qué hay tantas televisiones regionales y locales deficitarias, incluso en una época como ésta de aguda crisis económica? Evidentemente el poder no las considera algo superfluo para sí, y por eso los recortes no les van a afectar como sería lógico esperar desde la perspectiva del pueblo que paga. Aunque posiblemente este (el pueblo) se vea compensado por el buen trato -por la apreciación de su gracia- que se les da desde los medios de difusión masiva que el poder le ofrece. No es de extrañar que los gobernantes suspiren hoy pensando en el día que puedan controlar totalmente un medio como internet.

 
NOTA SUPLEMENTARIA SOBRE LA GRACIA:

GRACIA = calidad  del  ser, que se siente de forma desigual (distinta sacralidad del ser).

*Tiene carácter finito, aunque impreciso.  Se puede transferir.

*Nombre: Gratia en latín. Kharis' (χάρις, -τος) en griego  (charitas  → caridad).

Palabras relacionadas:

Gratis, Agraciado, Agradecer, Desgraciado, Desagradecido, Carisma

 En este realismo mágico, según el cual se entiende que la realidad (la calidad de “res”, de cosa) puede aumentar o disminuir mediante transferencia de unos puntos o “seres” a otros, obtendrá ventaja quien sea mejor “præstigiator” (“prestidigitador”), el que destaque en el manejo del præstigium (fantasmagoría, juegos de habilidad manual). La persona puede transmitir su gracia, pues. Es un elemento esencial en la economía de prestigio.

           
Saludos


G. Chic García
 

¿Y qué es peor que una crítica? - La crítica constructiva. La gente nunca te lo perdonará (Eliyahu M. Goldratt, La meta, Madrid, 1993, p. 251)

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Para: Genaro Chic García <genarochic@hotmail.com>
   

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