¿Cuál es su
gracia? Esta era hasta no hace demasiado tiempo la expresión popular para
preguntarle el nombre a una persona. Veamos una explicación.
Entre los antiguos
egipcios ren es el
nombre que la persona recibe al nacer, aunque podría cambiar a medida que la
persona iba evolucionando. El ren viviría
mientras el nombre fuese pronunciado, lo que explica los grandes esfuerzos
realizados para protegerlo, escribiéndolo profusamente en papiros y
monumentos, o destruyéndolo en casos de manifiesta enemistad.
En el mundo
grecorromano la gracia (calidad del ser) está ligada al nombre de las cosas, que
es identificable con el ser de la misma, y aumenta o disminuye con la fama (con
lo que se dice de uno). Si el nombre (por ejemplo, de una moneda o de una
persona) tiene buena fama, entonces su autoridad –y con ella su potencia- puede
ser grande.
Que hablen
mal de uno puede ser malo, pero el
ninguneo es peor que el insulto porque es negar la existencia del nombre, y
con ello negar el ser del sujeto. El lograr el olvido de alguien o algo es el
supremo mal que se le puede infringir; de ahí la práctica de lo que los romanos
llamaban la damnatio memoriae, la condena
de la memoria de alguien o algo. ¿No se cambian los nombres de las calles o de
las instituciones cuando se cambia de régimen? ¿Por qué está prohibido hablar
de algo positivo en quien ha perdido la guerra, aunque se pueda documentar? ¿No
se traiciona con ello la verdad histórica? En Europa, sin ir más lejos, sabemos
mucho de ello.
La mala fama
no es en principio deseable, pero es evidente que hay personas que la buscan
cuando se sienten incapaces de competir por la buena (“que hablen de mí aunque
se mal”, se dice). Luchar por el buen
nombre es lo más importante, pero tener mala fama es menos malo que no tener
ninguna. Al fin y al cabo el bien y el mal son relativos a una situación dada,
y el pueblo que persiguió antaño a un personaje pueda hogaño sentirse orgullosa
de él: lo que es malo en un momento puede pasar a ser considerado bueno en
otro, baste con que cambie el tono del poder. Por eso el olvido, inevitable a
la larga (los muertos se decía que pasaban el río del Olvido), es peor que la
mala fama, que mantiene viva el nombre, el recuerdo, y con él el ser de la
persona. En el antiguo griego la expresión para lo verdadero era “a-lethés”, lo que está fuera del olvido
(lethe), y entre nosotros aún perdura
la expresión “¿qué te iba yo a decir que mentira no era?” (no puede ser falso
lo que no se olvida, pues su ser es verdaderamente grande, y eso es lo que
cuenta; cosa que bien saben los propagandistas).
El olvido
del nombre es la verdadera muerte personal, la señal de que su gracia, su ser,
no vale ya nada; de que ha salido definitivamente de la vida en la que entró
cuando su nacimiento fue reconocido y se le puso un nombre. Cuando algo o
alguien se olvida –cosa que antes o después inevitablemente sucederá- se pasa
en primer lugar a esa masa informe que son los antepasados de los vivos, cuya
importancia –reflejada en el poder de las tradiciones- se va diluyendo con el
tiempo. Desaparece así del todo su nombre propio, reflejo de su gracia.
Desaparece su ser individualizado. E incluso el colectivo, cuando su pueblo es
aniquilado o plenamente absorbido por otro. Esta es la verdadera muerte, más
allá que la del cuerpo, que es su umbral más importante.
Quien tiene
el poder es plenamente consciente de ello, y sabe que para que su nombre se
recuerde tiene que procurar que los demás sientan que son más conocidos –son
alguien- si se sienten importantes porque su visibilidad resalta gracias a
quien detenta el poder. Por ejemplo, si saca a alguien o algo en televisión, para
que lo vea mucha gente, esa persona (o cosa) será así más importante a los
ojos de los demás, una auténtica princesa del pueblo. Es el poder de la
publicidad, o sea de hacer público lo que era poco conocido. Su valor se
potencia con ello y contamina al árbol a cuya sombra se ha cobijado. Si quieres
ganar unas elecciones, saca a los posibles votantes y a sus cosas en una
televisión, que te lo agradecerán (te darán sus gracias, que aumentarán la tuya).
¿Por qué hay tantas televisiones regionales y locales deficitarias, incluso en
una época como ésta de aguda crisis económica? Evidentemente el poder no las
considera algo superfluo para sí, y por eso los recortes no les van a afectar
como sería lógico esperar desde la perspectiva del pueblo que paga. Aunque posiblemente
este (el pueblo) se vea compensado por el buen trato -por la apreciación de su
gracia- que se les da desde los medios de difusión masiva que el poder le
ofrece. No es de extrañar que los gobernantes suspiren hoy pensando en el día
que puedan controlar totalmente un medio como internet.
NOTA SUPLEMENTARIA SOBRE LA GRACIA:
GRACIA =
calidad del ser, que se siente de
forma desigual (distinta sacralidad
del ser).
*Tiene carácter finito, aunque impreciso. Se puede transferir.
*Nombre: Gratia en latín. Kharis' (χάρις, -τος) en griego (→ charitas → caridad).
Palabras relacionadas:
Gratis, Agraciado,
Agradecer, Desgraciado, Desagradecido, Carisma
En
este realismo mágico, según el cual se entiende
que la realidad (la calidad de “res”,
de cosa) puede aumentar o disminuir mediante transferencia de unos puntos o
“seres” a otros, obtendrá ventaja quien sea mejor “præstigiator” (“prestidigitador”), el que
destaque en el manejo del
“præstigium” (fantasmagoría,
juegos de habilidad manual). La persona puede transmitir su gracia, pues. Es un
elemento esencial en la economía de prestigio.
Saludos
G. Chic
García